Tomás Tueros, primer secretario general de CCOO de Euskadi entre 1978 y 1987, ha fallecido a los 84 años de edad. De primer nombre “Progreso” inspirado sin duda en las ideas familiares de un padre afiliado a la UGT y al Partido Comunista, y que falleció en un accidente laboral.
Tueros describe una de esas biografías que hoy parecen decimonónicas. Empezó a trabajar con 14 años en una empresa de referencia como La Naval. Al de una semana ya se veía involucrado en una huelga coincidiendo con el Primero de Mayo de 1947. Su progresiva militancia le llevó a pasar tan señalada fecha en prisión entre el año 63 y el 75. Eran tiempos de clandestinidad, de riesgo consumado que terminaba con los militantes de aquellas incipientes y clandestinas CC OO a menudo entre rejas, o como en este caso, en prisión preventiva cuando se acercaba el 1 de mayo.
Hubo en Euskadi y en España algunos, no tantos como a veces se cuenta, que no se resignaban a la celebración de los “Coros y las danzas” de la sección femenina de Falange. El Primero de Mayo era y es un día de reivindicación de los derechos de la clase trabajadora, y una fiesta con un componente laboral, pero también sociopolítico, evidente. Y defender esto, se pagaba caro.
El país tiene una deuda de gratitud con aquellas generaciones de luchadores entres los que se encontraba Tomás Tueros. En la edulcorada visión de una transición modélica de la dictadura a la democracia promovida por un grupo de notables, se suele dar menos luz al papel del movimiento obrero, singularmente a las Comisiones Obreras.
Pero cuando llegan hechos tristes como el fallecimiento de Tomás, o aniversarios como los cercanos de la matanza de Atocha, es bueno recordar que las costuras de aquella dictadura decadente, se rasgaron por la acción colectiva en exigencia de libertades democráticas y sindicales. No nos equivoquemos. La dictadura no era estúpida, había hecho parte de su transición económica varios años antes de su final y no estaba escrito el capítulo de la transición política. Hubo que hacerlo. Y lo hicieron los nuestros con grandeza de miras.
Hay una tendencia entre las gentes de mi generación a mirar aquel periodo con cierto ventajismo histórico, poniendo el énfasis en “lo que pudo haber sido y no fue”, y llegando a achacar ciertos déficits de nuestra actual democracia a aquella imperfecta transición. Con todos los respetos, me parece una visión obtusa.
Si en algo podemos establecer equiparaciones entre periodos, irían más bien por la capacidad notable del capital, del poder económico, de rehacer sus reglas y su interés a un mundo cambiante. Los tecnócratas del régimen y su plan de estabilización sabían lo que hacían en 1959. Salvando las distancias, la nueva arquitectura económica y la debilidad comparativa de la política, también supone una reformulación de las reglas del juego entre economía, poder y democracia.
Aquellos luchadores por las libertades, sociales, políticas y también económicas, se arriesgaron, apostaron, acertaron y se equivocaron. Un estímulo de valentía para estos tiempos tan marcados por efectismos, que mal-disimulan la parálisis y la inercia tan asentadas en la vida pública. Fueron hijos de su tiempo y sus circunstancias; como cualquiera, evidentemente. Pero sin duda poseen una herencia moral que hoy sólo podemos y debemos reconocer en figuras como la de Tomás Tueros Trueba, secretario general de Comisiones Obreras de Euskadi.