EL BLOG DE UNAI SORDO

Unai Sordo

Secretario General de CCOO

«Sufre mamón» y el machismo retrospectivo

Este 25 de noviembre CCOO ha puesto el foco en una de las múltiples vertientes que la violencia contra las mujeres tiene: el acoso laboral. Lo hemos hecho porque el sindicato considera que la gran aportación cualitativa que debe hacer al movimiento feminista del que formamos parte, es identificar y combatir la desigualdad, la discriminación y a veces el acoso laboral o sexual, en aquellos espacios donde de forma más específica está el sindicato: el centro de trabajo.

También porque la violencia como expresión más dramática de la desigualdad estructural que todavía existe en la sociedad entre hombre y mujeres, encuentra en el ámbito laboral uno de los espacios de mayor persistencia de jerarquías de dominación, demasiadas veces autoritarias. La empresa sigue siendo las más de las veces, un ámbito de mando vertical donde, además, las personas nos jugamos el sustento material de nuestra vida, y por tanto las relaciones de dominación son (o pueden ser) más explícitas que en la “vida civil” de las mujeres. Pero de esta orientación de CCOO sobre el 25 de noviembre, de nuestra iniciativa para poner en marcha un “observatorio de acoso sexual y por razón de sexo” y de las demás consideraciones sobre el “Día Internacional por la eliminación de la violencia contra las mujeres” ya van a escribir con más conocimiento de causa que yo mismo otras compañeras. 

Quería plantear una reflexión personal al hilo de lo que a veces son aparentes anécdotas, pero que en mi opinión pueden arrojar mucha luz sobre algunos de los problemas dramáticos y atávicos que aun perviven en nuestra sociedad, cuando hablamos de violencia contra las mujeres. No hace mucho se montaba una polémica al calor de un intrascendente programa-concurso en el que una conocida cómica y presentadora aseguraba que una canción de los años 80, “Sufre mamón”, había envejecido mal. El motivo es algunos pasajes de su letra, en los que se dice “voy a vengarme de ese marica” o “sufre mamón, devuélveme a mi chica”.

El problema no es, obviamente, que esa cómica diga que la canción ha envejecido mal por incluir alguna expresión que denota el uso de un calificativo sobre la homosexualidad como algo despectivo, o la visión posesiva sobre una mujer a la que se puede “devolver” (se supone que a su anterior novio/propietario). El problema no es ni siquiera la letra en si. Bastantes cosas mucho más machistas y homófobas se han escrito, hemos cantado, e incluso se han hecho «himnos» de las mismas.

El problema es la agresiva reacción defensiva que las palabras de Ana Morgade provocaron en un amplio espectro de personas y que han llevado incluso a afirmar a responsables políticos que se está dando un proceso de creciente censura; al deseo de feministas, progres y otras especies de censurar (ojo a la acusación, censurar si) una canción de Hombres-G.

El problema es que siga habiendo un amplio espectro de personas -básicamente hombres aunque no exclusivamente hombres- que no sean capaces de mirar retrospectivamente para entender que buena parte de nuestra construcción cultural en base a los roles sexuales que atávicamente tenemos asignados, se reflejan de forma nítida en las expresiones orales, culturales, o de comportamientos, con las que hemos crecido. Y que esas expresiones son/eran así, lo pasado no tiene vuelta atrás ni se trata de censurar nada, pero si  se trata de hacer una deconstrucción crítica de esos roles desigualitarios hacia las mujeres, opresores hacia ellas en buena medida, pero también opresivos en otra medida para los hombres. La masculinidad tóxica es un elemento castrante también para los hombres, que presupone una determinada manera de ver el mundo, el poder, las relaciones personales, y tener que responder “a lo que se espera de uno” en términos muy estrechos

Si. Se cantaba así, se escribía así, se asumía con normalidad cantar en las fiestas del pueblo “maricón el que no bote”, estaba plenamente normalizado el uso de expresiones despectivas al distinto, el comportamiento agresivo con el débil, o con la chica con coleta. Y es necesario que eso nos parezca pasado, de un pasado a superar.

Tenemos un problema  si hay quien ante esto ve un  ataque a la libertad de expresión en lugar de llevarle a una reflexión primaria: “pero qué borricos éramos”; tenemos un problema si incluso opinadores, periodistas y algún (y alguna) responsable político les lleva a hacer poco menos de una “apología de la burrez”; tenemos un problema si esa añoranza de viejos roles atávicos y reaccionarios toma forma de opción política de algunos, y cuenta con el beneplácito de otros. ¿Tenemos un problema? Tenemos un problema.

España es un país hoy mucho mejor que el que éramos hace 35 años en términos de igualdad entre hombres y mujeres, de respeto a las distintas opciones afectivo sexuales, de igualación de derechos civiles, sociales y laborales. Esto es obvio. Pero no podemos perder de vista que muchas de las expresiones de esas desigualdades permanecen silentes en la forma que tenemos de ver el mundo y las relaciones entre hombres y mujeres. El proceso de deconstrucción de esos roles ni es sencillo, ni es lineal, ni es necesariamente irreversible.

Y aunque no se trata de establecer causas-efectos simples, ni automatismos demagógicos, la violencia contra las mujeres que nos ha ocupado y preocupado este 25 de noviembre como fecha referente en algo que nos preocupa y ocupa cotidianamente, sigue explicándose en buena medida por la pervivencia de estas relaciones de dominación, de dependencia afectiva, de incapacidad de gestionar la frustración ante relaciones que fracasan o finalizan o se transforman. En definitiva, de asumir que la igualdad es una condición de necesidad para el ejercicio real de la libertad (de todos y todas, no la libertad entendida como la posesión del privilegio, y la libertad de la certeza de la subordinación, tan relacionadas con la cosmovisión política conservadora); y que la libertad nos lleva necesariamente a espacios de incertidumbre. Esos espacios para los que los movimientos reaccionarios ofrecen como antídoto enclaves (falsamente) seguros, rescatando certezas opresoras y reaccionarias, pero certezas.

La inusitada campaña de la derecha y la extrema derecha contra el feminismo tiene mucho que ver con el carácter reaccionario de una buena parte de estas fuerzas políticas en nuestro país, eso es seguro.  Pero también tienen que ver con la aversión a cualquier política igualitarista. Lo veamos o no, hay un delgado hilo que une el odio al sindicalismo (empoderamiento de la clase trabajadora e igualitarismo laboral), con el odio al feminismo (empoderamiento de las mujeres e igualitarismo social -colectivo y personal-), e incluso el rechazo a las políticas contra el cambio climático, la movilidad sostenible, o la intervención pública en la vida económica (el disparate de ligar la sostenibilidad medioambiental con el comunismo, no lo es tanto para los fanáticos anarcoliberales que creen en la regulación mágica y autónoma del mercado, y por tanto que cualquier limitación de ésta es comunismo, digan lo que digan las evidencias científicas).

Por eso es tan importante para la mayor organización social, sindical y feminista de España que es CCOO, hacer una lectura integradora de lo que supone la acción sindical y de otras reivindicaciones perfectamente insertables dentro de la misma, e incluso las que pudieran parecer algo más alejadas del núcleo duro de la organización colectiva de la clase trabajadora. Porque no lo están.

Unai Sordo

Secretario General de CCOO