Con motivo de la participación en los cursos organizados por CCOO de Andalucía, la Universidad Pablo de Olavide me hizo una entrevista extensa pero que creo que aborda materias muy relevantes, que no suelen tener tanta cabida en las entrevistas del «día a día»:
- ¿De qué manera se transformará el mundo del trabajo en los próximos años?
El mundo del trabajo viene transformándose de manera constante en varios aspectos. Uno tiene que ver con la forma elegida para encarar la crisis en un país como España, mediante un proceso de devaluación interna, donde la caída de los salarios jugaba un papel central. Para ello se ejecutaron diversas reformas laborales que han contribuido a esa caída mediante una precarización múltiple del empleo. Las tasas de contratación precaria –temporalidad y parcialidad- han empeorado. El despido se ha hecho más fácil y más barato. La modificación de las condiciones laborales pactadas se ha traducido en mayor poder unilateral del empresariado.
La legislación laboral está favoreciendo las prácticas de las empresas consistentes en externalizar riesgos a través de precariedad laboral, de descentralización productiva para ahorrar costes y diluir responsabilidades, mientras irrumpen nuevas formas de trabajo que pretende ser ajeno al derecho laboral mediante una mercantilización de las prestaciones de servicios.
Y obviamente, la introducción de nuevas tecnologías, el proceso de digitalización, la conectividad entre los distintos avances, van a tener impactos muy relevantes sobre el empleo.
La transformación del mundo del trabajo dependerá de cómo interactúen la menos estas tres variables. Pero en opinión de CCOO no hay una maldición escrita sobre el cómo se va a transformar el mundo del trabajo y sobre todo, sobre cuáles van a ser las consecuencias. Dependerá de factores regulatorios, de modelo económico y de si las mutaciones se hacen desde intereses exclusivos del poder económico, o se hace con la participación organizada del mundo del trabajo y del poder público.
- ¿Existirán nuevos yacimientos de empleo, se perderán otros…?
Si. Aunque los análisis y proyecciones suelen diferir bastante, lo que es seguro es que desaparecerán empleos, aparecerán otros, y se transformarán la gran mayoría. Gobernar estas transiciones de empleo es una cuestión fundamental y no es una cuestión neutra, sino de trascendencia política y económica.
Son necesarias políticas sectoriales que analicen los cambios que se prevean, cómo pueden afectar al empleo y a las formas de trabajar, qué competencias y habilidades van a requerir. Sobre la base del conocimiento tratar de anticipar los sistemas de formación permanente, que se desarrollarán a lo largo de buena parte de la vida laboral.
La digitalización y la conectividad en los procesos productivos seguramente les dote de una flexibilidad extrema, lo que puede tener unas consecuencias enormes en la precarización del empleo y de la vida de la clase trabajadora.
Por todo ello es fundamental recuperar y reforzar marcos de intervención tripartita desde la administración pública, sindicatos y organizaciones empresariales, así como una modernización de nuestro marco institucional en materias tan básicas como la formación, la orientación e intermediación laboral.
Democratizar las relaciones laborales también es un objetivo estratégico porque la complejidad del proceso no se puede hacer desde viejas prácticas autoritarias en la gestión de la empresa, que las últimas reformas laborales han puesto de nuevo en valor.
- Desde su punto de vista, ¿los trabajadores serán beneficiados en este proceso?
Hay riesgos de polarización extrema del empleo. Unos empleos bien retribuidos con carreras profesionales quizás discontinuas, pero en general con buenas condiciones, que convivirían con una gran cantidad de empleos precarios, mal pagados y con perspectivas de mejora muy limitadas.
El riesgo de precarización extrema del trabajo es enorme. Lo es porque el impacto de las nuevas formas de producir, intercambiar, comerciar o interconectar procesos productivos, se da en un marco de profunda desregulación del mercado laboral. Se da en una apuesta por la devaluación de los salarios a través de una desvertebración de la negociación colectiva, lo que debilita un instrumento clave en la distribución de renta, y muy útil para la garantía de derechos laborales.
Y se da a la vez desde una combinación explosiva, que es la aceleración tecnológica unida al proceso de externalización de riesgos de las empresas –sobre todo de las actividades más sencillas de descentralizar y que les aportan menos valor añadido-. Esta combinación provoca una sensación de fatalidad ante los cambios y sus consecuencias, además una cierto “fetichismo digital” según el cual todo lo que incorpora nuevas tecnologías tienen una lógica propia y beneficiosa, al margen de las relaciones de poder o de dependencia en el que se inserta este salto tecnológico (que evidentemente se va a dar, no se interprete ninguna lógica ludista en esto que digo).
Pero todo esto depende del nivel de organización del mundo del trabajo y de la disputa por los recursos que se generan en las empresas. Todo el proceso de transformación del empleo y las tecnologías aplicadas se supone que generará una mayor productividad en las empresas –aunque esto a nivel agregado no está muy demostrado empíricamente-. Por tanto de la disputa por esas mejoras en la productividad y en la cuenta de resultados de las empresas, está buena parte de la respuesta a la pregunta.
El mundo del trabajo organizado y un poder público convenientemente conformado, deben reclamar su parte en todo este proceso, en forma de salarios, de excedentes empresariales que se distribuyan a la sociedad, y de democratización del funcionamiento de las empresas para, cómo se ha dicho, gobernar los cambios en beneficio de la mayoría social
- ¿Será necesario reinventar el sindicalismo para adaptarse al trabajo de futuro?
No sé si es reinventar o es un proceso adaptativo, en el que ya estamos inmersos. El sindicato tiene que ser una forma de integración de todas aquellas realidades que la empresa ha desintegrado. Tenemos que poner en relación las partes fuertes y sindicalizadas del mundo del trabajo con aquellas partes debilitadas por el proceso de externalización/precarización que las empresas han impulsado hace décadas y que las normas legales han favorecido.
Debemos organizar el mundo del trabajo en aquellos segmentos de la clase trabajadora donde esto no se da, que es una buena parte de los centros de trabajo del país. Debemos ser conscientes que las demandas de la clase trabajadora son diversas, y que no sirve únicamente con generar normas colectivas homogéneas, porque los problemas son distintos requieren de actuaciones organizadas y colectivas distintas. Por poner un ejemplo, una empresa donde la plantilla es estable y tiene un nivel retributivo medio-alto tendrá más preocupaciones por el desarrollo de la carrera profesional, por la conciliación de la vida laboral y personal, o por la distribución de la jornada de trabajo. Otra empresa con niveles salariales bajos priorizará las reivindicaciones salariales, lógicamente.
El sindicalismo no puede ser a demanda, esperar que surja un problema que trataremos de resolver en una actuación de restitución de derecho mediante un servicio sindical. Este esquema existirá, claro, pero no puede ser el esencial de un sindicato, al menos como CCOO. Necesitamos ser un sindicato proactivo “de oferta” si se me permite la expresión; que aparezca en el centro de trabajo a plantear actuaciones sobre formación, sobre salud laboral, sobre igualdad… Un sindicato cualificado para organizar realidades diversas. Insisto, con voluntad de organizar, no solo de ofrecer una buena atención. Y que dentro de este esquema no pierda la visión sociopolítica porque no somos una suma de diversidades “adyacentes”, sino un proyecto de agregación de intereses de clase desde realidades diversas. Que no es lo mismo.
- ¿Qué papel jugará la clase trabajadora en todo esto?
La clase trabajadora juega un papel fundamental desde el momento que se organiza colectivamente. El neoliberalismo ha impulsado una lógica individualista en la sociedad en general. Y ese paradigma en el mundo del trabajo tiene unos efectos letales porque la relación laboral es relación económica y la relación económica es relación de poder. Y la empresa es un ámbito de ejercicio autoritario de poder demasiadas veces.
Solo la organización colectiva es capaz de contrarrestar esa asimetría de poder en el centro de trabajo, que además está implícita en nuestra propia norma –el Estatuto de los Trabajadores sin ir más lejos- que otorga al empresario/a la potestad prácticamente exclusiva de organizar la producción.
Esta visión, bastante anacrónica, choca con muchas de las necesidades que se abren paso a la hora de generar valor no ya en cadenas de producción repetitivas, sino en múltiples formas de trabajo donde la creatividad, “el factor humano” juegan un papel fundamental.
La cuestión es que ese proceso de participación, incluso de democratización en el empleo, no puede servir solo a los intereses de una parte –la empresa, sus accionistas, sus propietarios o sus gestores, que esperan mejorar la productividad del trabajo y apropiarse de tal mejora- sino que debe servir para una socialización de su resultado a través del salario; a través de la negociación de las condiciones laborales en sentido amplio; y a través de la corresponsabilidad social de la empresa mediante un sistema fiscal que contribuya al conjunto de la sociedad y a compensar por las externalidades de las empresas y sus procesos productivos –utilización de infraestructuras físicas, educativas, sanitarias, deterioro del medio ambiente etc.-
- ¿Están los sindicatos españoles preparados para liderar este proceso de transformación?
Estamos preparados para afrontarlo. Este es un proceso que apela al conjunto de la sociedad, y pretender que lo lideren los sindicatos, cuyo debilitamiento ha sido uno de los objetivos de las políticas de devaluación –también democrática- de la última década, es un tanto… chocante. Pero en todo caso estamos inmersos en un proceso iniciado hace varios años que denominamos “repensar el sindicato” para mejorar nuestras formas de actuación, intervención, utilización de recursos, formación, etc.
Nos ayudaría mucho que el mundo institucional y político se tomara una cierta calma –a veces parece que la vida es eso que pasa entre campaña electoral y campaña electoral, parafraseando a John Lennon- y situase una serie de políticas estratégicas: políticas sectoriales e industriales, de formación profesional integral, transiciones ecológica y energética, marco regulatorio e institucional después de los desastres de reformas hechas durante la crisis…
- Mucho se ha hablado de la crisis sindical, de que los trabajadores no confían en los sindicatos. ¿Qué opina de ello?
Creo que España, Europa y si se me apura occidente hemos vivido, o estamos viviendo, una crisis de los modelos de representación y mediación democrática que funcionaron en el aparato institucional de postguerra. Hablo de partidos, instituciones, de alguna manera medios de comunicación y muchas otras convenciones sociales que estaban aceptadas –o toleradas- en las últimas décadas. Viviendo en un país como España, cuyo modelo económico se vino abajo con estrépito con un enorme coste social en términos de desempleo, pobreza, pérdida de expectativas, crisis aspiracionales de lo que se denominó clase media… pensar que los sindicatos íbamos a salir indemnes de todo esto, era ilusorio.
Algunas prácticas mejorables y alguna –pocas- indeseables, quizás una falta de pedagogía sobre muchas de las funciones sindicales, y algunas características de nuestro modelo de relaciones laborales –en España los frutos de la acción sindical se aplican igual a personas afiliadas o no afiliadas, en centros de trabajo con o sin presencia sindical directa- pudo agravar esa crisis, que por otro lado es bastante común a los países de nuestro entorno.
En mi opinión, aunque lo pongo en tercer lugar para no echar “balones fuera”, la intensa campaña de descrédito del sindicalismo en términos casi “trumpianos”, también ha tenido algo que ver.
Creo que el proceso de recuperación de legitimidad sindical de CCOO lleva tiempo en marcha. Contextualizaría también esa falta de confianza a la que se alude en la pregunta. Somos la primera organización sindical y social de España en términos de representación -96 mil representantes elegidos democráticamente en las empresas bajo las siglas de CCOO- y estamos a punto de recuperar el millón de personas afiliadas y cotizantes, cifra a la que ni se acerca, de lejos, ninguna organización multiplicando seguramente por tres, la afiliación de todos los partidos políticos juntos.
- España, ¿sigue viviendo una situación de crisis económica y social?
España está inmersa en los problemas globales de la economía, con el agravante de nuestras deficiencias en el modelo económico, y con las ventajas de una recuperación parcial de los salarios que está dotando de mayor resilencia a la economía española en un contexto de desaceleración global.
Hay que tener en cuenta que ha habido una ralentización general del crecimiento pese a las políticas monetarias del BCE, las compras de bonos, los tipos de interés negativos… la política monetaria no da mucho más de sí. Necesitamos un impulso en políticas fiscales que debieran pasar por una mayor integración europea, sus presupuestos, su fiscalidad y la capacidad de hacer políticas contra los ciclos económicos bajistas, por el crecimiento inclusivo y la distribución de rentas. Ese escenario no parece particularmente sencillo, con la tensión del Brexit, cierto auge nacionalista dentro de la propia Unión Europea, y los movimientos geopolíticos de EEUU en su competencia con China.
En España recuperamos en el 2017 la producción de bienes y servicios previos a la crisis. Pero mientras las empresas se han desendeudado y reparten más beneficios y dividendos que antes de la crisis, los salarios han permanecido devaluados. Solo desde la firma del Acuerdo de Negociación Colectiva entre CCOO, UGT, CEOE y CEPYME –subidas salariales en torno al 3% y 14 mil euros de salario mínimo de convenio-, los acuerdos retributivos en la función pública, y la subida del SMI, se está dando una recuperación salarial de cierto vigor.
Las deficiencias de nuestra economía siguen bastante intactas, en nuestra opinión, ya que se han repetido las viejas inercias de devaluación interna –vía precios y ajuste fiscal en lugar de la antigua devaluación de la moneda- y no se ha producido una revisión de calado en nuestro aparato productivo. Son pocas las empresas que exportan, tenemos empresas demasiado pequeñas, y tenemos poco peso en las decisiones industriales porque tenemos una posición subalterna en la distribución de las cadenas de valor. Llevamos años sin políticas industriales sólidas.
Esta situación explica buena parte de la crisis social que sigue latente. La precarización de la vida de millones de personas es un hecho. Menos de la mitad de las personas con un puesto de trabajo tienen un contrato indefinido y a jornada completa. La tasa de temporalidad es la más alta de Europa con el agravante de que se ha incrementado la rotación. Cada trabajador/a con un contrato temporal suscribe más de 5 por año. De media. Un disparate.
Tenemos un modelo social que protege insuficientemente a las personas desempleadas, sobre todo el paro de larga duración, a las personas sin recursos. Deficiencias en la atención a la dependencia lo que sigue suponiendo un lastre sobre todo para las carreras laborales de las mujeres, que siguen sufriendo importantes brechas salariales y de pensiones.
En definitiva una crisis social que aunque ha tenido derivadas culturales y políticas muy obvias, tiene una base material producto del modelo económico español y su apuesta por la precarización casi como norma, con un sesgo generacional y de género, que se refleja en las respuestas sociales que hemos vivido en los últimos años -8 de marzo ante todo- que han oxigenado vitalmente la sociedad española.
La sociedad española, como otras de nuestro entorno, lleva décadas en un proceso de desestructuración de vínculos colectivos por la aplicación más o menos explícita, de las visiones neoliberales de sociedad. Aquella frase lapidaria de Thatcher de que no existía la sociedad sino los individuos, en cierto modo ha hecho más fortuna de lo que a veces pensamos. El impacto de la crisis y las quiebras aspiracionales de lo que se denominó clase media, provocó una reacción social con formas de expresión distintas. Ahora mismo en buena parte de los países de Europa hay una pugna por el relato y los elementos de identidades colectivas. Con una vertiente reaccionaria ligada a un neo-nacionalismo, tradicionalismo casposo, o segregación del diferente –países del este, la Italia de Salvini, Lepen, parte de la propia lógica que subyace en el Brexit…-, y espero que una vertiente progresista que tome como mástil central la recomposición de un contrato social y la democracia como bandera.
– ¿Cómo ve la situación política actual en nuestro país?
Mediatizada por la falta de cultura de negociación y pacto como forma habitual de conducir el gobierno de lo común. La ruptura del bipartidismo aun no ha sido metabolizada por nadie y seguimos instalados en tacticismos que piensan, más que en llegar a un acuerdo lo más favorable posible a mis puntos de vista, en como hacer insostenible la posición del contrario para que tenga que asumir “todos mis puntos de vista”. Y así vamos por mal camino.
En España se ha abierto la opción de un Gobierno progresista. Existe una mayoría amplía aunque no absoluta en el Congreso que debieran conformar el PSOE y Unidas Podemos, con la fórmula de Gobierno que encuentren. Debieran abordar un paquete de medidas para hacer frente a la creciente desigualdad y precariedad a las que hacía antes referencia, revertiendo medidas y reformas pensadas para la devaluación interna del país –laboral, pensiones o fiscal- en la idea de recuperar las bases de ese contrato social como idea fuerza.
Y a partir de ahí iniciar una agenda reformista que aborde políticas estratégicas sobre cuestiones como las políticas sectoriales y particularmente industrial, formación profesional, precio de la energía, transición ecológica, modelo de relaciones laborales, y algunas más. Este objetivo debe partir de iniciativas de progreso, desde la izquierda, pero en la medida que pretendan ser estratégicas y trascender la duración de una o dos legislaturas, debieran dialogar con otras fuerzas políticas –cuando decidan bajarse del monte, dicho sea de paso-.
En este terreno el marco el diálogo y la concertación social, para CCOO es insustituible. Esperemos que la política esté a la altura. Y eso pasa por conformar gobierno y ponerse manos a la obra.