La intrascendencia mediática del denso decimotercer congreso de la Confederación Europea de Sindicatos es la metáfora de la dificultad que tienen las organizaciones representativas del mundo del trabajo para definir su papel en el marco supraestatal.Hay que empezar por reconocer un hecho. Hay una profunda asimetría entre la creciente importancia fáctica del ámbito europeo y el papel de sus instituciones reguladoras. Y entre ellas, las propias del mundo del trabajo. Y no hay mejor forma de diluir el objeto (poder contractual de las y los trabajadoras) que negar el sujeto (el sindicato como forma de organización de los mismos).
Este esquema es de todo menos neutro. La falta de contrapoderes al discurso hegemónico liberal y de instituciones de mejora cualitativa de la democracia, es una base fundamental para la desequilibrada distribución de riqueza que estamos sufriendo. Y de forma más estratégica, para el modelo de salida de la crisis que amenaza con dinamitar los pilares del modelo social europeo en sus distintas intensidades.
Esta sería una visión parcial. Ha sido mucho el trabajo entre bambalinas que desde la CES se ha hecho en los últimos tiempos para tratar de situar la posición sindical en la agenda socio-económica europea. Mucho trabajo en reuniones, contactos tanto con la Comisión Europea o incluso ante el G-20 antes de su defenestración en el giro austericida de la respuesta europea a partir del 2010.
Incluso una movilización como la del 14 de noviembre de 2012, lo más parecido a una huelga europea, que supuso un hito (sin continuidad) en la capacidad de coordinación en la respuesta sindical.
El plan de inversiones que aprobó la CES, una visión bastante coherente entre sindicatos del sur y del centro europeo, o la declaración conjunta de sindicatos alemanes y griegos con motivo de la última crisis política en el país heleno, serían la valoración de la botella medio llena del actual papel de la CES en el contexto europeo.
Pero dicho todo esto, es obvio que el papel de una Confederación Europea de Sindicatos no es lo suficientemente relevante para constituirse en un contrapoder al menos de influencia en las políticas de la Unión Europea. Es cierto que la tarea es titánica. En una unión que huye de instituciones decisivas y decisorias comunes, y se refugia en relaciones de poder intra-estatales con hegemonía alemana, el papel de interlocución general de los sindicatos es limitado.
Dicho de otro modo, hasta que no haya un verdadero poder político central y federalizante europeo con una capacidad real de ejecutar políticas comunes (en una u otra intensidad) en materias fiscal, regulatoria y presupuestaria, la acción sindical de ámbito europea tiene un lastre “por incomparecencia de la contraparte” evidente.
El movimiento sindical tiene que reforzar una vertiente europea mucho más activa. Como apuntaba en el congreso Gail Cartmail de la TUC del Reino Unido, la CES tiene que ser más eficaz, menos burocrática y menos reactiva. Definir una estrategia más proactiva respecto a las organizaciones que la componen y ante los poderes sobre los que pretende influir.
En varias intervenciones se ponía el foco en una obviedad. La CES será lo fuerte que sean de fuertes las organizaciones que las componen. Sin embargo cuando se resaltan obviedades, se suelen evitar ideas más ambiciosas. Porque una confederación sindical no puede ser sólo un sumatorio de partes, sino que esa fuerza colectiva debe empujar también el elemento común. Y ese concepto de la confederalidad debe servir a su vez para impulsar a las partes, sobre cuestiones comunes o, a veces, cuestiones más particulares. Desde campañas a favor del derecho de huelga o posiciones comunes respecto a cuestiones sociopolíticas (la crisis de refugiados estuvo muy presente en todas las sesiones del congreso).
Y sobre todo definir una posición activa y propositiva sobre un modelo de construcción europea mucho más ambicioso, sobre el que el concepto de sindicalismo europeo tome toda su dimensión. A través de nuestro papel como interlocución social y lobby, y a través de reforzar espacios sectoriales de intervención.
Luca Visentini, el nuevo secretario general elegido, encabezará un ejecutivo que debe impulsar el relato sindical supraestatal. Suena bien su discurso. Parte de constatar que países con marcos regulatorios y sistemas económicos distintos, empiezan a verse afectados por problemas cada vez más similares. La devaluación interna; la desregulación y atomización de la negociación colectiva; las limitaciones a los marcos de diálogo bi y tripartito, por las propias limitaciones presupuestarias de los países y por el creciente autoritarismo en la acción de gobierno; la pérdida de equilibrio entre la densidad y presencia sindical y la tasa de cobertura de la acción sindical…
La apuesta por políticas de distribución igualitaria de renta, de poder sindical a través de legislaciones que garanticen el derecho a la negociación colectiva y la interlocución social, la batalla en la defensa del ejercicio del derecho a la huelga, medidas de carácter fiscal, presupuestos contracíclicos… son referencias en las que hay que incidir y que requieren de un espacio europeo de actuación para no convertirse en puro voluntarismo.
En el congreso hubo varias referencias al papel de la CES equiparándola al mito de Sísifo y su labor de subir la piedra por la montaña sólo para que volviera a caer al valle. Sin compartir ni mucho menos el fatalismo de ese mito, no es mala cita la que abre el citado ensayo de Albert Camus “No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible.”
Esa misión, agotar el ámbito de lo posible tiene la nueva directiva de la CES. Ampliar el ámbito es lo que nos toca a todos los demás.
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