EL BLOG DE UNAI SORDO

Unai Sordo

Secretario General de CCOO

¿Autonomía estratégica o keynesianismo bélico?

Es una obviedad que la segunda llegada de Donald Trump al poder ha provocado un cataclismo. La regresión democrática en EEUU, su agresiva política comercial -expresada en una zigzageante estrategia sobre aranceles-, y exterior -las pretensiones sobre Groenlandia relacionadas con la disputa sobre el Ártico, o la intención de llegar a un acuerdo con Putin para repartirse Ucrania en un inquietante retorno de la pugna por las áreas de influencia-, y “la dimisión” aparente como garante de la seguridad occidental vinculada al compromiso atlantista, generan un consenso amplio: Europa tiene que reforzar sus capacidades autónomas ante los cambios geopolíticos. La UE tiene que reforzar su autonomía estratégica.

Sin embargo, hasta que la grotesca deriva de guerra comercial ha tomado cuerpo, este concepto compartido se metamorfoseó en una apelación casi exclusiva sobre la necesidad de reforzar nuestros presupuestos de defensa, dentro de un confuso marco sobre la seguridad sobre el que conviene reparar. No parece razonable que ante estos inéditos movimientos en EEUU, la primera y principal respuesta de la Comisión Europea, el plan de rearme, esté justificada en el riesgo de guerra convencional con Rusia. La batalla arancelaria tampoco se limita a una pugna comercial. Es un desafío político a la UE donde se cuestionan nuestros sistemas fiscales, y con ello nuestro modelo social, así como nuestra soberanía legislativa con el macarrismo retórico habitual del personaje que hoy ocupa La Casa Blanca. Es momento de contextualizar algunas cosas.

Reforzar la autonomía estratégica en Europa es un propósito que tiene ya varios años. La gestación del Pacto Verde Europeo y las reclamaciones del Consejo de la UE para establecer una estrategia industrial global a largo plazo, es previa a la pandemia.

Este propósito se expresaba en los desafíos sobre cómo afrontar la digitalización y la transición económica hacia un modelo sostenible y descarbonizado, estaba relacionado con el declive industrial europeo, pero también con los movimientos en sentido similar que se observaban en EEUU y China.

La pandemia de la COVID actualizó esta estrategia ante la evidencia de las insuficiencias observadas a la hora de proveernos de suministros sanitarios básicos. La recuperación post-pandémica del comercio mundial conllevó un bloqueo de las cadenas de suministro global que generó el primer pico de inflación que escaló hasta el 6,5% en el mes de diciembre de 2021. La invasión rusa de Ucrania, la política de sanciones, o el bloqueo y posterior voladura del gaseoducto Nord Stream 2, pusieron de manifiesto el enorme riesgo sistémico que supone una excesiva dependencia energética en tiempos de turbulencias geoestratégicas globales.

En este contexto, el refuerzo de todas las capacidades autónomas europeas aparece no sólo como una opción deseable, sino como una necesidad inaplazable en términos económicos, de empleo, y de maniobrabilidad política. Este proyecto requiere decisión y audacia. La UE tiene que avanzar en integración política y no puede depender de reglas de unanimidad. No es sencillo modificar los Tratados de la Unión, pero sí impulsar escenarios de cooperación reforzada entre los países que lo deseen. La posición de EEUU no obedece sólo a cuestiones económicas, sino que es una apuesta geopolítica de primer orden. No estoy muy seguro de que hayamos interiorizado la dimensión del reto que supone que los grandes actores geopolíticos del momento estén gobernados por sistemas donde no existen los contrapesos de poder propios de las democracias representativas con división de poderes. La deriva estadounidense en este sentido es palpable.

Una mayor integración política de la UE es imprescindible para concurrir en este escenario. Hay que evitar una respuesta fragmentada o por países a la ofensiva trumpista. La base de voluntad o tolerancia para esta integración que posibilite una gobernanza efectiva, requiere de reforzar el Pilar Social Europeo. En otro caso será muy difícil vincular subjetivamente a las poblaciones de estados en posiciones muy distintas solo con una apelación al miedo o a la inseguridad.

Necesitamos un plan común de inversión. Un Fondo Europeo que apuntale la autonomía de la Unión. En el plano social y de reducción de las desigualdades; en el refuerzo industrial y de transición energética reduciendo la dependencia exterior; en la investigación y la innovación digital; en definir acuerdos concesionales para la provisión de materias primas estratégicas; en la protección del desempleo y otras contingencias; y también en la política exterior, y de seguridad y defensa comunes que autonomice las posiciones geoestratégicas de la Unión, haga todos los esfuerzos posibles por alejar la guerra, y sea consciente de la multipolaridad del mundo en el que ya estamos y, sobre todo, del mundo al que vamos. Dejémoslo claro. La autonomía estratégica es mucho más que política de seguridad. Y la política de seguridad es mucho más que política de defensa. 

¿Se acomodan las principales iniciativas tomadas por la UE hasta el momento, a estas necesidades múltiples? En mi opinión, no. El Plan de Rearme anunciado por la Comisión Europea es una reacción al “vacío atlantista” que se atisba en el nuevo orden trumpista, pero en modo alguno responde a la globalidad del desafío. Suena más a un impulso económico con ecos de keynesianismo bélico, que a una respuesta adecuada al problema de seguridad y defensa que tiene la UE. Se habla de una cantidad de 150 mil millones de euros para realizar en común compras de armamento, estableciendo una cláusula de salvaguarda del Pacto de Estabilidad y Crecimiento que permitirá a los estados miembros cantidades que alcancen el 1,5% del PIB en cuatro años.

Pero la Comisión renuncia a establecer las bases de una política de seguridad común (si es que se quiere tener alguna), en un espacio fragmentado con 27 ejércitos con ineficiencias, duplicidades, falta de interoperabilidad, etc. Por otro lado, no se aborda la articulación de un concepto amplio de seguridad que tiene implicaciones civiles en campos como la ciberseguridad, u otros citados como el del suministro y las infraestructuras energéticas, o la seguridad sobre las cadenas de suministro.

El partido no lo jugamos solos, claro. La llegada de Trump al poder es disruptiva pero no es totalmente incoherente con las posiciones de EEUU en los últimos años. Hay que recordar que EEUU sufre un importante deterioro de su base productiva y su base industrial desde los años 80. La concepción de China como una gran maquila mundial para la producción a bajo coste de productos de valor añadido medio o bajo, era impulsada por el propio capitalismo norteamericano que buscaba las ventajas comparativas en la economía-mundo, para incrementar sus beneficios y su hegemonía mundial.

Sin embargo, China no se ha limitado a ese rol y a través de su política económica expresada en distintos planes quinquenales se ha convertido en una gran potencia en los principales sectores productivos, y en varios de los que van a dirimir el poder global. Así mismo, ostenta una posición ventajosa en el acceso a muchas de las materias claves (litio, tierras raras, cobalto, etc.) tras establecer acuerdos concesionales con distintos países a lo largo y ancho del mundo.

En esta situación se está librando una pugna por el poder global. EEUU tras los largos años del monólogo neoliberal con la llegada de Reagan al poder, llegó a la conclusión de que tenía que resituar tejido productivo e industrial en su propio país y disputar la posición en todos los sectores estratégicos. La enorme fuerza que le otorga que el dólar siga siendo moneda de referencia y su potencial bélico se va a emplear para la consecución de ese objetivo.

La administración de Obama de forma inicial, la primera de Trump y la de Biden, se aplicaron, de distintas maneras, en ese sentido. La última administración demócrata desarrolló una serie de multimillonarios programas de movilización de recursos públicos (la IRA es la más conocida) que mediante créditos o incentivos condicionados pretendían una relocalización productiva. Trump en cambio opta por romper cualquier espacio multilateral, amenazar la democracia norteamericana, y por la agresividad comercial y arancelaria sobre todo con los países o áreas con las que tiene recurrentes déficits comerciales. La propia China o México, pero también la UE, especialmente las economías centrales como la alemana o la francesa. Aderezado de un intrusismo neocolonialista contrario al modelo social europeo y sus fundamentos básicos.

Desde esta perspectiva tenemos que afrontar los retos inéditos de este momento histórico. Sin olvidar que hoy la quinta columna reaccionaria del trumpismo, y a veces del putinismo, anida en forma de extrema derecha en la propia Unión Europea, gobernando algunos países y condicionando todos.

La canalización de ingentes partidas presupuestarias para socorrer la renqueante industria central europea bajo el epígrafe de rearme, y el descuido del concepto global de la autonomía estratégica, puede ser el gran error de esta Comisión Europea.

Unai Sordo

Secretario General de CCOO