EL BLOG DE UNAI SORDO

Unai Sordo

Secretario General de CCOO

Anita Sirgo, instinto de clase

El 17 de septiembre de 2022 tuve el privilegio de participar en un acto en Mieres en homenaje a los protagonistas de la Huelgona del 62. Tras un acto sindical en el Parque Jovellanos nos dirigimos en manifestación hasta el Monumento del Minero. Allí y apenas resguardados por la lona de una minúscula carpa, se sentaban los y las protagonistas de aquel hecho singular histórico en el que el pueblo trabajador, desde las minas asturianas desafiaba al régimen que 25 años antes había pretendido extirparlo de la faz de España. Un grupo de hombres y mujeres que entre todos sumaban incontables años de cárcel, historias de lucha, de heroísmo, de represión, de orgullo, y de dignidad. Fue uno de esos actos en los que uno siente el enorme peso de la historia, encuentra sentido en aquella frase atribuida a Newton “Si he visto más, es poniéndome sobe hombros de gigantes”. Porque fueron, somos.

Entre aquellas personas estaba, en primera fila, Anita Sirgo. Junto a Vicente Gutiérrez Solís, otro luchador con apellido idéntico al del ministro franquista que tuvo que avenirse a negociar con los mineros en huelga 60 años antes.

Anita Sirgo es una de esas mujeres que durante toda su vida han sido pilar de las luchas de los trabajadores y las trabajadoras. Ella siempre pensó que los derechos, la igualdad, la democracia se lograban con las luchas colectivas.

Ahora que ya han pasado cincuenta años desde la muerte de Franco no se pueden olvidar alguna de sus contundentes frases que ponen de manifiesto que en España fuimos nosotros, los trabajadores y las trabajadoras, los que nos liberamos del fascismo. Anita decía: “si se consiguió la democracia fue por salir a la calle, a la movilización llevando palos, represión…”. En nuestro país no hubo ningún desembarco de tropas aliadas para incorporarnos a las democracias liberales europeas, hubo luchas obreras, hubo personas como Anita. En nuestro país no se nos concedió graciosamente nada, hubo que pelearlo todo.

Y ella vivió esas luchas en primera persona. Desde pequeña había perdido el miedo a las fuerzas de ocupación de los valles mineros, así consideraban a la Guardia Civil, desde que los falangistas les robaron todo lo que tenían en su casa. Se llevaron hasta su muñeca de trapo.

Cuando era una rapacina jugaba al escondite en las brañas de la montaña con los guardias civiles para evitar sus controles y poder llevar comida a los guerrilleros antifranquistas que pervivieron en los montes asturianos hasta mediados de los años cincuenta gracias al apoyo de su gente.

Con poco más de treinta años cumplidos fue una de las mujeres que lideraron las Huelgas del 62, los piquetes que ella y decenas de compañeras, como Tina y Morita, montaron a la entrada del pozo Fondón fueron un ejemplo de lucha. Y también de imaginación, les lanzaban semillas de maíz a los esquiroles para llamarles gallinas.

Se enfrentó a la salvaje represión de la dictadura franquista y sufrió duras represalias por ello: la raparon y los golpes que recibió al ser torturada le dejaron sorda de por vida. Tuvo que exiliarse en un tren nocturno a Francia con su pequeña hija para no ser detenida de nuevo, tras enfrentarse a la policía pidiendo la readmisión de los mineros despedidos y “sindicatos libres”, con un zapato de tacón en mano. Cualquier cosa valía si la fuerza de la resistencia y la rebeldía se tenía en las venas.

Cuando volvió a España fue encarcelada durante varios meses, pero eso no minó su voluntad de lucha. Siguió militando clandestinamente en las Comisiones Obreras y en el Partido Comunista. Con la llegada de la democracia y la legalización del sindicato y del partido, siguió en activamente en ambas organizaciones, así como en Izquierda Unida.

Fue una luchadora firme que nunca desfallecía. Como le gustaba decir en muchos de los encuentros y jornadas promovidos por el sindicato, “los tiempos cambian, pero los problemas son los mismos”. Los años pasaban y ella seguía asistiendo a las movilizaciones, siempre se la podía ver en las protestas por el empleo en las cuencas mineras, pancarta en mano. En 2017, con ochenta y muchos años fue a la manifestación de Madrid que puso fin a la marcha que reivindicaba pensiones dignas.

Aquel 17 de septiembre, con el cielo encapotado como mandan los cánones en las cuencas asturianas, orbayando a ratos, al pie del Monumento del Minero, se levantó, me saludó, con voz alta, firme, alegre, incluso entusiasmada. Estas mujeres, estos hombres, que siempre dieron todo, y ya en su ocaso vital nunca les ves en la nostalgia, ni en el cinismo, ni en la disidida. Qué enorme lección de vida desde el principio hasta el final.

Ella siempre contó a quien la quisiera escuchar las luchas y la represión que habían vivido. Nosotros tenemos la obligación de contar que hubo muchas mujeres y hombres como Anita Sirgo que nos hacen mejores, que nos conectan con la historia, que nos dan sentido y trascendencia.

Gracias por este magnífico libro.

Unai Sordo

Secretario General de CCOO