La vida no son símbolos pero también son símbolos. Los seres humanos no tenemos raíces que nos nutren pero nos fijan innegociablemente al terreno, sino pies que nos permiten movernos, desplazarnos, cambiar. Optar. Pero pocos símbolos pueden enraizar más a un destino que haberse abierto a la vida en la sociedad que hoy podemos intuir si atendemos a la imagen panorámica –en el tiempo y en el espacio– que va desde al puente de San Antón de Bilbao hasta el Abra donde el Nervión se funde en el Cantábrico.
La parte antigua del casco urbano de la villa, con sus tejados bajos y rojos recuerdo del tiempo gremial y de inicio de la vocación comercial y marinera. El ensanche del primer desarrollo urbano, los barrios escarpando por los montes de la explosión de migración proletaria; y sobre todo la ría y sus márgenes.
La margen izquierda y la margen derecha. Esa división longitudinal y hoy metafórica, pero donde a poco que se observe la arquitectura, el urbanismo y las estrecheces de calles, cantones o cuestas, de Barakaldo, Portugalete, Sestao o Santutzi, coronados por la zona minera, se intuirá el hábitat histórico que un día ocuparon siderúrgicas, astilleros, altos hornos y grúas, y con ellas la clase trabajadora.
Nicolás Redondo Urbieta nació en Barakaldo, vivió en Portugalete y trabajó décadas en Sestao. En la Naval. Nicolás es el símbolo dentro del símbolo. Con esos precedentes –además de los familiares– símbolo, raíz y opción, estaban llamados a confluir. En un líder sindical y político cuya biografía atravesó la epopeya del siglo XX. Niño huido de la España asediada por el fascismo, aprendiz en el astillero sestaoarra, afiliado desde la clandestinidad a la UGT y al PSOE. Represaliado y perseguido por el franquismo, Redondo terminó por ser una figura determinante del sindicalismo de la segunda parte del Siglo XX. Por elevación, se convirtió en una de las personalidades más relevantes de la España democrática.
Ostentó la secretaría general de la UGT en uno de los momentos de transformación más profundos de la historia de España. Y lo hizo manteniendo un criterio propio en lo que en cada momento interpretó que era la mejor forma de defender los derechos de la clase trabajadora de su país. Tras los años convulsos de la transición fue uno de los protagonistas de la unidad de acción sindical con CCOO, de las convocatorias de huelgas generales (entre ellas la de 1988), y de la evolución un sindicalismo que necesariamente también emprendía su propia metamorfosis adaptativa a tiempos distintos.
Hoy se harán merecidos homenajes y retratos de la biografía de Nicolás Redondo. Yo me quedo con el símbolo de quien ligó sus raíces y sus opciones desde la autonomía y para la libertad, en definitiva. La tierra te sea leve, compañero y paisano.