La escalada de tipos de interés que ha emprendido el BCE puede tener un efecto muy limitado en la contención de la inflación en la UE, y por el contrario, puede abundar en la ralentización económica que se prevé para los próximos trimestres, sobre todo si se confirman los peores augurios sobre el corte de suministro del gas ruso.
Para reforzar esta idea expresada, hay que atender en primer lugar a la caracterización de la inflación en la mayoría de los países europeos. Según datos extraídos de la OCDE , y elaborados desde el Gabinete Económico de CCOO, la naturaleza de la inflación en un país como España está muy relacionada con los precios de la energía y los alimentos. En torno al 74% del incremento de precios depende de estas variables y solo el 26% del resto de productos. Igual distribución se da en Países Bajos, mientras que en Alemania –aunque con proporciones distintas– la lógica es la misma: el 60% de su inflación anual se explica por el encarecimiento de la energía y los alimentos.
En los países anglosajones el esquema es distinto. En EEUU solo el 36% de su incremento de precios (que alcanzó el 8,3 en abril) dependía de energía y alimentos, mientras que el resto depende de otras variables. En Reino unido esta proporción es del 41-59.
Por tanto y a grandes rasgos podemos decir que mientras que en la UE las principales causas del aumento de precios al consumo tienen más que ver con las relacionadas directamente con la guerra en Ucrania y las sanciones económicas asociadas a ella –el encarecimiento de los productos energéticos y los alimentos–, en el eje anglosajón la carestía de la vida está más relacionada con otros factores combinados: los cuellos de botella comerciales y productivos, la escasez de contenedores para el comercio internacional y la congestión de los puertos comerciales, la falta de microchips, etc. así como un otras muy relevantes: los incrementos de los salarios y la escasez de mano de obra.
En EEUU hemos oído hablar de la “Gran Dimisión” es decir, la retirada de miles de trabajadoras/es de sus puestos de trabajo por no tener unas condiciones laborales aceptables. Tienen una tasa de pleno empleo y los salarios crecieron un 11% en el último año. Los problemas laborales para encontrar trabajadores en Reino Unido tras el Brexit también son conocidos.
Por el contrario en la Eurozona no hay ninguna presión inflacionista procedente de los salarios, que solo crecieron un 2,7% en los últimos doce meses, y estamos claramente por encima de la tasa de paro friccional. España en el 13%, pero también países como Italia (8,1%) o Francia (7,3%).
Por tanto las políticas de subida de tipos de interés de la Reserva Federal norteamericana se mueven en una lógica y en un contexto distinto al que aborda el Banco Central Europeo. Mientras la reserva americana (que tiene dos mandatos, la contención de precios pero también el pleno empleo, tiene cumplido el segundo y ahora busca reducir el primero), el BCE se limita en teoría a buscar la estabilidad de precios.
Nuestro banco central, una vez terminado el programa de compra de deuda ha procedido a la elevación de los tipos de interés en un 0,5%, así como la aprobación de un mecanismo de intervención para evitar que la fragmentación de la prima de riesgo de estados y empresas dentro de la UE, nos lleve a situaciones insostenibles ya conocidas hace una década. Veremos cómo se concreta este mecanismo y si tiene asociada algún tipo de condicionalidad.
Los datos también nos dicen que los márgenes de beneficio empresarial por unidad producida están creciendo durante este periodo inflacionario. No olvidemos que el año 2021 ya se terminó con una escalada de precios que llevó el IPC anual por encima del 6%.
En este contexto de inflación que se origina fundamentalmente en la oferta y el incremento de márgenes empresariales, poco pueden hacer las políticas monetarias restrictivas. Ante la imposibilidad de desencallar ese problema de oferta (no parece que el BCE ni la FED vayan a poder imprimir barriles de petróleo, metros cúbicos de gas o microchips), apuntan a destruir demanda elevando los costes de financiación y así provocar una caída de precios. Como se ha explicado esto quizás tenga algún sentido en EEUU, apenas ninguno en la zona euro, con el riesgo de acrecentar una ralentización económica que, esta sí, agravaría los problemas.
Parece difícil domesticar esta inflación si no hay un cambio en la situación geopolítica y en la guerra, o bien se fijan precios máximos sobre bienes y servicios básicos, haciéndolo compatible con mantener márgenes que eviten quiebras empresariales.
De la misma manera es posible y es necesario limitar los excedentes empresariales que también tienen un efecto inflacionario, como venimos pidiendo desde CCOO con un tipo impositivo efectivo en el impuesto de sociedades de al menos el 15% sobre beneficio contable de empresas y grupo de empresas.
Y qué decir de atacar prácticas oligopolísticas que sacan ventaja de las posiciones de dominio de empresas en determinados mercados para salvar márgenes empresariales y elevar artificialmente precios. Algún paso se va a dar respecto a las empresas energéticas –muy favorecidas durante años por el sistema marginalista de beneficios caídos del cielo (más bien del bolsillo de los usuarios)–, respecto a las empresas financieras –que encarecerán sus hipotecas variables tras haberlo hecho con las comisiones bancarias, lo que drenará recursos de las familias entrampadas en el sobreprecio de un bien básico como debiera ser la vivienda–.
Y desde luego sería muy necesario hacer lo propio en otros sectores. Es un escándalo que las grandes promotoras españolas tuvieran ingresos superiores en un 34% a lo largo de 2021, que se hayan conocido prácticas de seis constructoras españolas para concertar precios de licitaciones públicas en obra civil de infraestructuras tales como carreteras, hospitales y aeropuertos, que han expoliado recursos públicos e inflado precios, y además paguen el nivel de impuesto de sociedades que pagan.
¿Quieren ideas para un pacto de rentas? Pues ahí ha ido alguna…